Allá por 1880 Graham Bell estaba inmerso en un proyecto que le parecía el más importante de su carrera pero que prácticamente cayó en el olvido cuando cobró protagonismo su «descubrimiento» más conocido: el teléfono.
Un dispositivo llamado fotófono que utilizaba celdas sensibles a la luz elaboradas con cristal de selenio (cuya propiedad principal en este caso es que la resistencia eléctrica varía inversamente con la iluminación). Su funcionamiento consistía en el rebote de un haz de luz solar direccionado hacia otro espejo oscilante que vibraba en respuesta a la voz del hablante, entonces la señal modulada en forma de luz se dirigía a un sensor de selenio que convertía la señal lumínica en voltaje y así era enviada a un teléfono en forma de audio. El problema residía en que la señal estaba condicionada por la luz del día, las condiciones meteorológicas, etc.
Lo llamativo de este invento de Graham Bell y su ayudante Charles Sumner Tainter es que aunque fue descartado en su momento (y como ya hemos dicho, muy a su pesar), este dispositivo es el principal precursor de las telecomunicaciones de fibra óptica tal y como las conocemos a día de hoy. Y lo que es más, ha dado pie a que el profesor Harald Haas desarrolle la tecnología Li-Fi, una alternativa a la Wi-Fi que permite comunicarse en red de manera inalámbrica a través de una luz LED, dejando atrás la transmisión basada en la radiofrecuencia y solucionando el problema de congestión del espectro de frecuencias.
Aunque para poder utilizar de manera eficiente esta moderna -y a la vez antigua- tecnología aún tendremos que esperar, pues quedan algunos problemas por resolver: encontrar solución a que un muro dificulte la comunicación por ejemplo, aumentar su velocidad y la distancia a la que puede transmitir, etc. su uso supondría un ahorro en el consumo de energía, sería una buena alternativa para aquellos lugares donde existe una gran preocupación por la seguridad, o simplemente poder ofrecer internet a los pasajeros de un avión mediante un sistema más ligero y sin cables que hagan los asientos más rígidos.
Un invento que parece sacado de una obra de ciencia ficción por lo adelantado a su tiempo que estaba cuando se ideó pero que más de un siglo después puede suponer una revolución en nuestra manera de comunicarnos. Brillante Graham Bell.