Cuenta la historia que en pleno Renacimiento a Galileo Galilei se le ocurrió hacer un experimento público en la Torre de Pisa: contradiciendo a Aristóteles, aseguró que dos objetos de diferente peso lanzados desde una misma altura y en ausencia de la resistencia del aire caerían a la misma velocidad. No hay constancia del resultado, pero sí la hay de la prueba que su «enemigo», Giovanni Batista Riccioli, quien terminó por darle la razón después de realizar el experimento en la Torre Asinelli de Bolonia.
En cualquier caso, al experimento le faltaba un detalle fundamental (aunque lo solucionaran a base de cálculos): ausencia de atmósfera, falta de resistencia del aire. ¿Y dónde podemos encontrar esa condición? Pues en el espacio. Por eso durante su misión a la Luna con el Apolo 15 en 1971, David R. Scott quiso rendir homenaje a Galileo comprobando la veracidad de su teoría (o tal vez intentaba asegurarse de la posibilidad de la vuelta a la Tierra de la misión ya que el viaje de retorno estaba calculado en función a los estudios del mismo ) retransmitiendo en directo la caída de una pluma de halcón y un martillo de geológo desde la misma altura (unos 1.6m). El resultado (afortunadamente) fue el esperado, ambos objetos pese a su diferencia de peso cayeron a la misma velocidad.
Posteriormente y de una manera «más científica» que confirma con precisión además la Teoría de la Relatividad General de Einstein, el satélite Microscope fue el encargado de comprobar la aceleración de dos masas que han orbitado alrededor de la Tierra. Los protagonistas en esta ocasión fueron dos cilindros huecos, uno de aleación de platino y otro de titanio y una vez más el resultado del experimento fue positivo y que se cumple el principio de equivalencia.