Un demonio enano, feo, cargado con una pila o un saco de libros a la espalda llamado Titivillus era en el Medievo según el folclore cristiano el culpable de las faltas de ortografía, los errores tipográficos, la mala pronunciación, el tartamudeo… en fin, todo aquello que pudiera «obstaculizar» la claridad del mensaje.
Aunque existen referencias más antiguas, en 1285 se le empezó a conocer bajo el nombre de Titivillus o Tutivillus en el «Tratado de la Penitencia» de Juan de Gales y se le atribuía la autoría y la recopilación de los errores en los trabajos de los copistas y los escribas medievales para, después, utilizarlos en su contra. También se le achacaba ser el que producía la charla ociosa, la mala pronunciación, la tartamudez, la murmuración, la omisión de palabras y la falta de atención en los servicios religiosos, trabajando en nombre de Lucifer para introducir estos errores según cuentan los escritos que se refieren a él. Recorría monasterios y los hogares de los escribas para guardar en su saco los errores que estos cometían y llevarlos al infierno donde quedaban registrados como prueba de su mala devoción cristiana.
Entonces tratad de imaginar que en una época en la que la gran mayoría de la población era analfabeta y en la que no existía la imprenta la palabra escrita circulaba únicamente gracias a los monjes, escribas y copistas. Estos escribían al dictado o copiaban generalmente en sitios cerrados, iluminados solo por velas o lámparas de aceite, unidos al cansancio, el aburrimiento y problemas de visión, el resultado eran errores ortográficos, manchas de tinta, garabatos… todo culpa de Titivillus, que lo guardaba en su saco a buen recaudo y se aseguraba de que castigaran a los culpables de tal despropósito.
Titivillus en acción.
La hazaña más conocida de este diablillo es la de la que se ha terminado por conocer como la «Biblia Malvada», en 1631. Los impresores londinenses Robert Barker y Martin Lucas distribuyeron una copia de la Biblia del Rey Jacobo por encargo de Carlos I de Inglaterra, en la que en uno de los mandamientos se olvidaron de incluir el no y el resultado fue un rotundo «Cometerás adulterio». Cuando las autoridades se dieron cuenta de este error, considerado de gravedad ya que incitaba a una conducta lasciva y en nombre de la Biblia ¡nada menos!, se mandaron destruir todas las copias, se les retiró la licencia para imprimir y se les multó con 300 libras de la época (una millonada de hoy en día, hacednos caso). Obviamente Barker quebró, no pudo pagar la multa y pasó los últimos diez años de su vida entrando y saliendo de la cárcel por aquella jugarreta de Titivillus.
En realidad, Titivillus tenía un papel mucho más importante que el de jugar con las palabras e inducir al error. En una época tan conflictiva como la Edad Media (y en épocas posteriores igual de complicadas), este pequeño ser demoníaco en realidad tenía una doble utilidad: por un lado conseguir una mayor concentración en las misas y oraciones, no solo de los feligreses sino de sacerdotes, diáconos, etc. y por el otro un mayor cuidado y concentración de los responsables de la elaboración de los carísimos y exclusivos libros por aquel entonces.
Retablo del Monasterio de Santa María Real de las Huelgas de Burgos, Titivillus sobre el hombro de la Virgen de la Misericordia.
Después de conocer la curiosa historia de Titivillus, estamos convencidos de que al igual que el hombre, este diablillo se ha ido adaptando a la sociedad y las nuevas tecnologías y está más ocupado que nunca haciendo de las suyas en todos esos mensajes que leemos por internet repletos de «ke» en lugar de «que» o «xq» en vez de «porque» o ese lío que tienen algunos con a ver y haber, por ejemplo.