Primer artículo de la categoría «La culpa es de los padres…» y tenía que ser este. Realmente me impactó. Lo llamo «el caso Briatore«, veréis por qué.
Hace unos 2 años, nos llegó una madre que quería que ayudáramos a su hijo con las asignaturas del sistema británico. No recuerdo si no tenía plaza en ningún colegio (algo frecuente en colegios privados) o si le habían echado de alguno (también vemos muchos casos), pero no estaba escolarizado (no hay problema si tiene más de dieciséis años).
Hasta aquí un caso de muchos. De hecho la primera impresión fue buena, la madre parecía sensata.
Nota aclaratoria.
Antes de aceptar a un alumno, siempre advertimos varias cosas a los padres. La principal es que no podemos hacerlo solos: la ayuda de los padres es esencial. Porque tratamos con alumnos que, o no tienen, o han perdido, el ritmo de estudio. Como pasa con un músculo desentrenado, el proceso de volver a hacerlo efectivo implica «agujetas» (mentales), molestias y falta de ganas. No hay hábitos creados ni auto disciplina, y habrá momentos de rechazo y oposición. En esos momentos nosotros podemos presionar hasta cierto punto… Los niños (o young adults) se pueden dar cuenta de eso y, si los padres no ejercen su autoridad y nos apoyan, éstos ven que es más fácil negarse a lo que pedimos que seguir trabajando. Esto nunca puede ocurrir, los padres deben cerrar esa puerta.
Llegado ese punto, nosotros dejamos las clases…no podemos ayudar y no queremos perder el tiempo (de alumnos, padres, profesores y equipo del centro).
A veces, tenemos que educar a los niños incluso a pesar de los padres (frase que repetimos mucho). En demasiados casos los problemas de los hijos son productos de la actitud de los padres (de ahí el nombre de esta categoría).
Dónde se torció la historia.
La madre me dijo que ella no sería la que pagara las clases. Estaba divorciada (ya vamos teniendo factores desencadenantes), y su marido sería el que se encargaría de la parte económica. El marido era italiano, estaba en Italia y quería hablar conmigo por videoconferencia.
De nuevo hasta ahí perfecto. Si era como la mujer, sólo tendríamos que organizar los horarios y ponernos a trabajar.
En estos casos se le hace un horario al alumno por la mañana (por ejemplo) y se va a casa para estudiar y hacer deberes (y descansar) por la tarde.
Llama el padre por Skype. El aspecto era casi idéntico a Briatore, el magnate de la Fórmula 1. Estaba desayunando en lo que parecía un casoplón, en un día soleado. Podéis imaginar la estampa.
Tras unos minutos de compartir «pleasantries» a modo de reunión de negocios (quería quedar de persona tremendamente ocupada) aquí os dejo lo que me dijo (de memoria, así que no es literal… pero casi).
Mira, yo no quiero que se moleste a mi mujer con nada. Quiero que el niño se pase la mañana dando clase ahí, que coma por la zona y por la tarde se quede en la academia haciendo deberes.
Que llegue a casa al final del día. Así durante todo el año hasta que haga los exámenes y los apruebe.
Ni a mi, y menos a mi mujer, no hace falta que nos mandéis comunicados ni informes. Pago lo que sea, y vosotros nos dais el resultado satisfactorio al final del año.
Vamos, que lo que quería es entregarnos un niño con problemas, pagar, y que le devolviéramos un producto acabado e impoluto sin que ellos tuvieran que hacer nada más que poner «pasta». Como el que entrega un coche en el taller, o un móvil para reparar.
Obviamente le dije que nosotros no trabajábamos así, que creíamos que los padres formaban parte de la ecuación, y así no podíamos trabajar.
No lo gustó nada que le dijera que no, y dijo «está claro que no tenemos la misma concepción sobre la educación«.
Pues mira no, y lo considero un piropo.
Tuvimos que rechazar el caso, y es otro ejemplo que hay niños que tienen todo en contra… aunque tengan «pasta«.
No todo se compra con dinero. Lo que tiene precio se compra, lo que tiene valor no.